Entré en la tienda y la campanilla emitió un dulce sonido que edulcoró mis oídos. Apareció un extravagante hombre, de chaqueta de pana y sombrero afilado. Llevaba una taza humeante de café en la mano. Sopló su aliento sobre ella, y el blanquecino humo salió disparado entre las avinagradas paredes de color púrpura que intentaban, sin conseguirlo, adornar la lúgubre tienda…