Y mis ojos se detuvieron curiosos
en aquel cuervo del viejo olmo;
solitario y desafiante, tramaba un largo viaje.


Y mis manos querían agarrarlo, acariciarlo
cuidarlo durante el duro invierno,
de campos helados y oscuras noches.


Aquel cuervo se paseaba misterioso

por la fina rama del viejo olmo;
me miró por un eterno instante,
se me encogió el corazón.


En primavera echó a volar,
lo vi desaparecer por el oeste,
nada sentí, nada podía hacer;
y su ausencia quebró mi memoria.

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